EN BUSCA DE MARILYN



Me he ido en busca de Marilyn Monroe aunque me cueste la vida. He decidido invitarla a pasear, llevarla de copas, y ponerla al lado de un ventilador para que se le levante la falda. No sé que veo en esa chica, pero está más allá de su silueta fantasmagórica, allí donde un verso le late y una pluma respira por ella. Nunca antes la vi con el pelo recogido, también le sienta muy bien, desprende una sensualidad que limpia la pena que se extiende como una droga. Quizás ahora en la efervescencia tonta que vive el siglo XXI sería una rubia platino, y nos podría pronosticar detrás de un escenario que sucederá en el 2012, ¿Mayas si, o Mayas no?. Después de la penúltima copa le pediré una actuación discreta, breve, recordando los viejos aromas que se perdieron por los callejones sin salida. Luego mientras de fondo suene alguna canción de Sinatra, un breve viaje al pasado, le mostrare mis breves lecciones de baile, un dos tres, un dos tres, quizás si la piso será para llamarle la atención. Pum, pam, pum, te juro que aquí en el otro lado del espejo el corazón late más fuerte, como si todo volviera a recobrar vida. Y a Marilyn su ritmo cardiaco le funciona en clave de sol. Hemos andado por la quinta avenida, que al menos aunque no fuéramos de compras, quería volver a ver los viejos escaparates, los diseños del ahora, y quién sabe si del mañana, tú estabas guapa con lo que fuera, le digo como quien no quiere la cosa, y me responde que ella estaba guapa desnuda, que la mujer como más guapa esta es desnuda, porque potencia su naturaleza, pero son muy pocos los que saben apreciarlo, confunden una maldita erección con el arte de visualizar lo bello en primitivo, sin artificios, sin juegos maquiavélicos de quita y pon, y dietas estúpidas, los estereotipos corrompieron a la belleza, y así termina su breve monologo. Anochece y decidimos improvisar un picnic en Central Park, una botella de vino sin copas ni saca corchos, dos sándwiches de jamón y queso, una cajetilla que tira bocanadas de humo, y cuando el culo de la botella es lo único que queda, me invita a que emulemos a la locura del “Rey pescador”, y nos quedamos desnudos sin tocarnos, tomando la luna, nosotros desde abajo, y ella arriba trasplantando viejos delirios por los que vendrán. Alrededor hombres lobos aullando, gatos en los tejados tocando el saxo a ritmo de blues, y perros fatigados de andar huyendo se amorronan a nuestro lado como prueba de confianza. Ya queda poco para que me vaya le digo, lo he pasado muy bien, te volveré a ver. Me dice que siempre estará al otro lado del charco, donde llueve hacía arriba, y a veces sobre mojado, depende el invitado, y la circunstancia. Que es muy fácil contactar con ella, tiempo libre, un teclado en condiciones e imaginación, me da un beso en la mejilla y nos despedimos sin que sea un adiós.

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