LA PLAYA DEL OTRO LADO DE LA TRINCHERA



A él le entró el pánico, y huyó sin perseguir nada en particular. Hasta que un día, después de muchas escapadas acumuladas se dejó caer en una playa al otro lado de la trinchera, allí donde no se sentía en guerra con el mundo, allí donde podía tocar y sentir los amaneceres, y las aguas se le subían por su cuerpo y lo remolcaban mar adentro para que se salvará de todas sus culpabilidades y fantasmas, que tan mal diagnostico arrastraba consigo a lo largo de muchos años.

Un día miró al pasado, en un espejo viejo que se había encontrado en una cala perdida, y se dio cuenta por primera vez desde su huida todo lo que había perdido, y empezó a encariñarse con la nostalgia, especialmente con los recuerdos que le dejaban largas borracheras con compañeros de toda la vida, y los besos que había robado sin ser más delincuente que lo que ellas se dejaban, así fue acumulando parte de la menoría perdida, hasta tal punto que algo parecido a un torbellino de agua le subió por el estomago, y salió transformado en lagrimas que se borraba con las manos. Hasta que la angustia, y un mal sentir, le recordaron porque había huido para no volver. Miro la cala, la increíble vista que le ofrecía, el arrebatador paisaje, y a su lado apareció un can, le acarició, y le llamó por su nombre, “Libre vamos, que ahora sé que este es nuestro lugar”.

2 comentarios:

  1. A veces hay que huir, no queda otra...

    Me ha encantado el relato.

    Un abrazo desde mis montañas.

    Marta.

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  2. Huir para renacer. Me gusto el relato. Beso

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