MOTEL

Se encontraron a mitad de camino, el venía del sur y ella bajaba de las montañas, fueron a un motel barato a la entrada del pequeño pueblo donde habían decidido que durante un par de días sería su paraíso particular.

Se habían conocido por causalidad a través de la red, ella escribía prosa poética, él pájaros en la cabeza, no sabían cómo explicarlo pero él encontró algo en sus palabras que le balanceaban su mundo como nunca antes le había sucedido, y a ella le pasaba algo parecido.

Hasta que un día él le dijo disfrazándolo entre líneas que últimamente sus días eran extraños, que cada vez más a menudo, tenía unas ganas tremendas de dejarlo todo e ir a buscarla a sus montañas, aunque no supiera por dónde empezar a buscar, aunque desconociera todo de ella, incluso hasta su nombre era una incógnita.

Cuando subieron a la habitación del motel tan solo pusieron una condición que queda prohibido enamorarse y que esos dos días durasen un ciclo lunar, aplazaron la cena para después, porque hay cosas que es mejor no contener, pasiones que curan cicatrices antiguas, que rescatan aquello que creíamos haber olvidado, es decir la sensación de sentirnos más vivos que muertos, por eso cuando se hizo el primer silencio y la puerta de la habitación se cerró, era mejor no evitarlo, él le buscó con la mirada, ella se dejó encontrar, creo que empezó primero por la blusa desabrochando cada botón que se encontraba por el camino, y luego reveló lo que se encontraba debajo de la falda, y la llevó casi desnuda hasta el borde de la cama, para acabar respirando entre sus muslos el aire que le faltaba para sentirse libre.

Durante esos días abrieron ventanas que estaban prohibidas, la brisa dibujó igual que si se tratara de un pincel todas las horas que pasaron en aquella habitación haciendo el amor, paseos al anochecer manifestando en cada esquina igual que adolescentes un deseo que anidaba en las partituras que componían cuando sus labios se juntaban, el meterse mano disimuladamente en lugares públicos, las ganas de que aquello no se acabara, que no querían conocer un final pactado de antemano, con las lagrimas de ella saliendo a flote la última noche y las de él escondidas mientras por última vez volvía a rescatar el dulce sabor de la libertad.

La mañana de la despedida se dieron cuenta que estaban preparados para todo lo que habían compartido menos para esto, él partió hacia el sur preguntándose una y otra vez porque no se había ido a las montañas con ella, mientras ella se decía en su camino de vuelta que hasta el último momento estuvo esperando que él le preguntará si podía ir con ella, porque le hubiera dicho que si.

2 comentarios:

  1. Decidir no enamorarse?...Bueno al menos esta bien que se hable para saber.
    Pero que pena que los sentimientos verdaderos al final no salieran y se dijeran lo que realmente sentían o querían.
    Muy bonito,me gusto.
    Un abrazo.

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  2. ¡Precioso, encantador! Sublime... El sur y las montañas en un mismo escrito. Esta combinación no puede fallar. El Sur de España y su color. Increíble.

    Pero la parte en la que relatas cómo se conocieron me asusta. Yo no llegaría a quedar con alguien que he conocido en la red. Me da bastante miedo...

    La libertad tiene un sabor que engancha. La libertad sí que enamora.

    Un placer haberte leído, como siempre.

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