HELADO DE MANGO O KIWI

Últimamente caminas igual que un niño perezoso de encontrarse con la verdad, prefieres ir a la hora del almuerzo a los columpios que hay detrás del edificio lleno de cubículos de color gris, cambiarte el peinado, y hacerte dos trenzas igual que Pipi Langstrum, y dejarte balancear durante todo el tiempo que te sea posible antes de que toquen la campana de regreso. Luego llega la tarde y le pides tregua al tiempo comprándote un ticket para la Noria que te prometieron que harían todo lo posible para que estuviera ahí todo el año. Y después sin miedo al clima que haga, terminas compartiendo un helado de Mango o Kiwi, depende si es día impar o par.

Acaricias a Libre cuando llegas a casa, y le das un paseo que se alarga casi hasta la madrugada, comes algo por el camino, en el banco que bordea al río, mientras Libre mueve la cola satisfecho de saber que le tocara parte del pequeño botín que trajinas entre tus dulces manos, que todavía no se deterioraron con la vejez que deja las horas de oficina.

Vuelves tarde a casa, cuando ya han cerrado los puestecitos que hay por la calle para los que recogen en una noche estrellada lo que no pudieron encontrar durante el resto del día, y sé, sé perfectamente que tardas en dormirte más de la cuenta, por eso al día siguiente las flores parecen haber cobrado de nuevo vida, has estado casi hasta el alba regándolas con tus palabras.

Luego a la mañana siguiente te vuelves a poner el atuendo de oficina, y no te olvidas de coger las gomas de pelo que guardarás en tu bolso, el dinero suficiente para el ticket de la tarde y el helado, y una vez más, una vez más dejarás escrito en el muro de los secretos las mismas líneas que se repiten una y otra vez:

“Vértigo en el léxico de las palabras, el no saber qué decir, es tan difícil quitarse el antifaz de los ojos, descubrir quien se es, no ser lo suficientemente fuertes para dejar atrás todos los roles que no nos pertenecen. Mango o Kiwi.”

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