OLIVIA

Gente que escribe en los muros entre interrogantes que es ser normal, amores que se quieren volver a rescatar, citas de afecto que quieren hacer suyas aunque pertenezcan a otros, palabras honestas que no sería justo que se llevara el olvido. Slogans que protestan contra este mundo vil, encrucijadas que todos compartimos, hay algo mucho más cierto y sincero en estos muros que lo que se pueda encontrar en los titulares de los periódicos más mediáticos.

Fue allí, fue allí, donde me recordaste donde se puede recuperar la memoria, yo acababa de acampar en la calle después de vacilar al mundo, y mientras entre cartones me refugiaba de las lluvias de Abril, tú junto a tu spray dibujasteis la luna, y esbozasteis la caricatura de uno de tantos de esos políticos promiscuos a la mentira y a la corrupción que hay detrás del ladrillo.

Y te pregunte si te podía llamar por tu nombre, y me miraste fijamente a los pies, luego todo tenía su sentido, me dijiste que lo primero en lo que te fijas en una persona es en el color de sus zapatos, y que te pareció tan original que fuera descalzo que por eso intercambiamos los nombres y me invitaste a una cerveza con tapa en el viejo barrio de Malasaña.

Sé que no era tu nombre, pero decidí llamarte Olivia, porque tenías tal parecido a la chica de Popeye que creo no te hacía ningún mal crear una cierta confusión a tu carnet de identidad. Así fue como comenzamos un juego divertido, por las tardes desnudábamos a los árboles del Retiro, por la noche huyendo de la policía intentábamos despertar las conciencias dormidas con escritos en todos los muros que cubrían a la ciudad, celebrándolo antes del alba en una barra de bar, para luego más tarde guarecernos de los demonios y fantasmas que habitan en las sombras, ahí donde se encontraba tu piso clandestino, y mientras despertaba un nuevo día lleno de promesas, nosotros follabamos creyendo que el Universo no tardaría en escuchar las pintadas que disfrazaban a Madrid.

Desde entonces he adoptado la manía de fijarme en el color de los zapatos de las personas, guardan una humildad intrínseca difícil de explicar, especialmente en el color marrón, y cada vez que me encuentro dentro de un vagón de tren en busca de un nuevo rumbo por el que merezca la pena dejarse llevar, silbo una dulce melodía que me trae viejos recuerdos imposibles de olvidar, allí está Olivia, subida en uno de sus muros, dando sentido a la sin razón, mientras me resguardo entre el calor de sus curvas, y sus besos pegados a mi piel.

4 comentarios:

  1. Y yo también me llamo Olivia, jajaja. Y cosa curiosa, yo me fijo mucho en los zapatos para conocer a las personas. Dicen todo de nosotros, son muy comunicativos.
    Otro saludo.

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    1. Casualidades de la vida, lo de los zapatos hace unos meses me lo respondió alguien cuando le pregunte que era en lo primero que se fijaba en una persona, que me pareció tan original, que me dije, se merece una historia.

      Por cierto muchas gracias por pasarte por este blog y por tus mensajes. Bienvenida:)

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  2. Fantástico relato... Aunque de los recuerdos no se vive a veces son los que te mantienen con vida!
    Besos

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    1. Si, tienes razón, aunque sería un error vivir tan solo de los recuerdos es cierto que a veces son ellos los que nos ayudan a recuperar la sonrisa perdida.

      Muchas gracias por tus comentarios y por continuar pasándote por mis blogs.

      Besos

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