LA HABITACIÓN QUE HACÍA CHAFLÁN

Eran cuatro veces al año, una vez cada tres meses para dar la bienvenida a cada nueva estación, tú no querías decirme tu nombre, el mío era imposible negártelo. Tú traías una mentira tras otra, historias de Duques sin título nobiliario, banqueros daneses con números rojos, alpinistas que se subían por las paredes de sus casas, un tal Indiana Jones luchando contra un cocodrilo en el Amazonas. Las mías, las mías no podía permitirme fingirlas.

Buscábamos el mismo motel que cubría la orilla del río que arrastraba en color verde todas las penas y tristezas que aguardan en las habitaciones que se han acostumbrado demasiado a la oscuridad, que han cubierto su rastro con la soledad, que han visto cometerse demasiados crímenes, en esas otras formas que no tienen nada que ver con lo que nos enseñaba Hitchcock en blanco y negro, en ese pequeño televisor de dieciséis pulgadas que se encontraba allí, donde siempre confirmábamos que nos habían reservado la habitación que hacía chaflán y tenía las cortinas que iban a juego con todo lo demás.

Siempre antes de decir y hacer nada, abríamos la botella de vino que habíamos comprado en el Consum, que se encontraba al lado del bar que luego aguardaría la única cena que nos podíamos regalar en ese espacio corto sin fueras de juego que cubría el fin de semana. Y te descalzabas, ponías alguna canción que se dejara bailar a quemarropa, y entre trago y trago te iba quitando cada prenda de ropa que no me dejaba verte con claridad. Luego ritual de sabanas, y no salir durante horas de esa pequeña isla desierta que se había convertido la cama que hacía chaflán con un resto del mundo del cual aprendimos que era un error esperar demasiado.

Ya sabías que finalmente tenía que despedirme, coger los trenes que me llevarían a crear pasados imperfectos e indefinidos, hasta que ya fuera con la primera nevada, el primer rastro de hojas muertas cubriendo las aceras, las primeras lluvias de abril, o al poco de haber pronosticado nuevas promesas en las hogueras de San Juan, estaría de vuelta para continuar lo que nunca terminábamos en la habitación que hacía chaflán con las cortinas a juego con todo lo demás. Hasta que un día que se había escurrido por el calendario, te pusiste marciana y comenzaste a expresar sentimientos, y me pediste que te llevara conmigo a compartir las mismas imprudencias que te imaginabas que cometía cuando me bajaba en esos otros andenes, además me dijiste, seguro que debe de haber otras habitaciones que hagan chaflán esperándonos, y yo solo te pude responder, con una condición, esta vez debes de decirme tu nombre.

Saludos y gracias

1 comentario:

  1. El nombre: puede estar latente a lo largo de todo un relato sin ser mencionado y en otro, apenas reparar en él, aunque se cite.
    Un abrazo

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