SEIS HORAS


Teníamos la oportunidad de ese momento justo que puede medirse en un reloj de arena, en el eco que dejan los buenos momentos, yo acurrucándome a tu cuerpo desnudo y pensando esto es lo que dura un mundo.

Anestesiar al tiempo, posponer el después encerrándolo en un tarro de cristal, encontrarnos con los labios que leyeron todo lo que sabían del amor y del sexo en poemas que recordaríamos poco a poco en las formas geométricas que irían corrigiendo nuestros cuerpos.

Claro que todo hubiera sido posible, si mientras terminabas de morder el cucurucho, hubiera hecho caso a lo que creía que me estaba diciendo tu paraguas de color rojo, hubiéramos salido de ahí corriendo, algo así como en las películas que te comentaba que me gusta ver las noches de tormenta, pero todo este simulacro del infinito se lo llevó las gotas de lluvia, mientras el tiempo pasaba en esa terraza incandescente entre palabras que se preparaban para una larga despedida (las que son para siempre) quedando en el vacio lo que pudieron haber sido esas seis horas.        

Saludos y gracias

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