EL ASCENSOR

Nunca antes había subido en un ascensor que llevará tan alto, a uno de esos dinosaurios de hormigón que encierran a las ciudades, y a la vez las agigantan. La llamada había sido una entrevista de trabajo, un puesto importante vendían, y unas condiciones que prometían cubrir las necesidades básicas, más un posible plus de lujo si se sabía uno administrar económicamente. A esto último jamás te decían como hacerlo.

Párese uno a adivinar el porqué en un ascensor de tantas plantas, tan solo se dio la circunstancia de encontrarme con ella, no lo sé. Llevaba un traje chaqueta con una falda que le llegaba hasta el principio de la rodilla, y quizás fue el primer contacto visual, la tensión de dejar toda tu vida por primera vez pendiente de un elevador tan amplio y con tanto recorrido por hacer, o simplemente la carga sexual que yo creí encontrar exponencialmente en el ambiente. Fueron unos segundos de tanteo, de estudio de perfiles, de decidirme a dejarme arrastrar hasta su lado y agarrarle de la mano para comprobar que no era cosa de mi imaginación, sino al menos ya era cosa de dos. Dejamos que nuestros dedos se reconociesen, se agrupasen de mil y unas maneras, subiendo el ritmo cardiaco de tal forma, que en ese momento no me paré a pensar el riesgo que corríamos de ser descubiertos. Mi otra mano agarró su cintura, como si fuera a desplazarla a través de un tango desgarrador, no había espacio para ello ni maneras. La otra seguía en una guerra particular con sus dedos, mientras de la cintura fui bajando hasta alcanzar el final de la falda, y entrar justo por debajo, sintiendo la palma de mi mano en su muslo, a la vez que realizaba mi recorrido ascendente sin prisas, arrugándole la falda justo cuando descubría el tacto suave de su piel. Nuestras miradas se fijaron, a distancia de quemarropa, y entraron en un juego donde el primero que dejará de mirar al otro perdía, y no solo eso, sino que desconectaba la tensión que aumentaba cada vez que mi mano recorría más espacio a través de su muslo. Sentía sus suaves jadeos, las gotas de sudor que comenzaban a recorrer mi rostro, la indomable erección, y el brillo de sus ojos entrando dentro de mí. Cuando aquello parecía que iba a desbordarse sin interrupción alguna, una voz de robot nos devolvió a la realidad, anunciaba mi planta, y las puertas se abrieron, rápidamente nuestros cuerpos se separaron, ella se arregló la falda, y yo la corbata, una última mirada, fría, sin palabras, yo salía, y ella se quedaba, parece ser que aún existían más plantas.

Ah! ¿La entrevista? Mejor de lo que pensaba, te ofrecían uno de esos puestos donde te explotan detrás de uno de sus cubículos, y a su vez tú colaboras con tu trabajo para que la macro empresa explote a gran escala, vamos una mierda. Desde entonces tan solo volví a utilizar ascensores que te llevaran tan alto por si casualidad volvía a encontrarme con ella, jamás sucedió.

2 comentarios:

  1. Ay que ver... Lo que no pase en los ascensores! jajaja.

    Seguro que ella también coge ascensores para ver si hay suerte de nuevo...

    Un relato genial.

    Muak, inmigrante de los versos.

    ResponderEliminar
  2. Y es que, parece mentira, pero en un ascensor puede suceder de todo, hasta lo más inesperado.

    Me encanta leerte.

    Besos.

    ResponderEliminar