LA VIEJA BUTACA

Hoy me pides que te contagie de vida, de esa que desinfecta las heridas que en verdad no son tan ciertas, tan solo se quedaron ahí, como pájaros adiestrados para no ejercer ningún aleteo más allá de sus jaulas, donde más daño hace la falta de espacio. Creo que por eso te volví a traer a la butaca donde viste todas las películas que pasaron de Bogart, aunque él nunca llego hacerte el caso que tú deseabas, cuando se corría el telón, las luces dañaban las lagrimas que te saltaban y me decías ahí, detrás de todo eso había algo hermoso que no somos capaces de descifrar. ¿Por qué tú no eres él? ¿Y yo no soy ella?

Y luego veíamos el ciclo de Billy Wilder, otro día mientras los trenes que querían llevarnos tan lejos donde alguna vez pensábamos que estaría la llave que abriría la jaula para siempre, marchaban agotados de saber que no habíamos acordado la hora exacta en el andén número diecisiete, mientras una vez más esta vez mientras cambiabas el color de las lágrimas me decías, no puede resultar tan difícil aprender a reírse de las cosas que no nos hacen sentirnos bien.

Ahora me preguntas que han hecho con Wilder y Bogart, a donde se los han llevado, que los quieres de vuelta, vieja añoranza que descansa sobre los muslos que no pueden tapar tu falda, y por eso quizás me dejo engañar para que sustituyamos la vieja butaca por la última fila, y allí me corrijas mis manos torpes que dejas que alcancen tus caderas, y a horcajadas sobre mí, me regales hasta tu último suspiro. Esta vez cuando se encendieron los focos, no creo recordar nunca antes que yo también hubiera tenido tu mismo color de lagrimas, y creo que por eso no nos importaba que nos llamaran la atención con amenazas, que no nos daban miedo porque la jaula ya estaba abierta.

Saludos y gracias

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