Había un cuartucho en ese
viejo motel de carretera donde decían las malas lenguas que habitaba el diablo,
y yo que andaba confundido con las noticias tristes de todos los días, la
lluvia acida que ya había comenzado después de que volviesen a decidir desde
Washington que era una buena idea apretar de nuevo el botón de Hiroshima.
Tendría que haber habido una
muchacha con piel de melocotón detrás del mostrador registrando las entradas y
salidas, haberme enamorado de ella y nunca decírselo, tener una excusa cada día
que pasase en aquel antro y acercarme a ella para decirle cualquier tontería.
En cambio, en vez de una joven muchacha, había un tipo que se le caían los
pantalones y te tufaba a puro, y siempre preguntaba lo mismo: ¿Qué quieres? que
tengo prisa y mi tiempo no está para perderlo que ya llevo perdido el
suficiente para haber acabado aquí.
Yo que nunca aprendí a limpiar
los pecados, y cada vez me quedaba menos de lo que llevaba ahorrado conmigo, el
tiempo se secaba y tan solo podía recordar que me fui de la ciudad dejándolo todo
pendiente, hasta se me olvido regar las plantas, lo sabía los días en el motel
no serían los mejores de mi vida, pero no tenía ningún otro plan mejor. Estaba
harto de tanta lluvia acida.
Un día de esos en el pequeño
lugar que tenían para comer algo, aunque prácticamente siempre era lo mismo
alubias con chorizo, y huevos revueltos, la respuesta del cocinero parecía
sacada de un guión nefasto: que los tiempos andan demasiado revueltos y hay que
racionar, ninguno de nosotros eligió esto, pero es lo que hay. Esa misma noche,
cuando ya tan solo se podía tomar copas y jarabes que deformaban la razón,
alguien con gabardina negra, piel pálida que aderezaba con un mostacho oscuro y
denso, rictus serio, me invitó a la primera copa.
No sé si sería el diablo o no,
pero después de emborracharnos y tratar de seducir a la luna para que no se
fuese y no cambiase la estación, no nos dejase como nos estaba dejando el
mundo, me acuerdo que me ofreció abrir una ventana a un nuevo mundo, cuya
tierra fértil era rojiza y que había tres lunas igual que tres soles que escupían
fuego los últimos días de cada mes, al final decidí irme con él, tan solo me
entran dudas de donde estoy exactamente cuándo algunas noches dentro de mis
sueños me dices que todas las cartas que te escribo últimamente llevan el
matasellos del infierno.
Saludos y gracias
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