DE BALCONES Y GATOS



Dile donde hay un balcón con la suficiente altura para poder observar la ciudad y que se le quede pequeña, de juguete, diminuta.

Ya no hay sexo, ya no queda nada de lo que fue el sexo, le arrancaron la x, me refiero a ellos porque cuando no queda claro el causante es más sencillo y practico culpar a un ellos, menos cuando el de abajo se ha equivocado y te pone descafeinado y todavía no estás preparado porque en breve tienes que platicar el buenos días de oficina y las aburridas conversaciones de ascensor, ¡que incomodas!, por eso subes las escaleras de dos en dos.

 Querer estar ahí arriba donde las alturas desarrollan sus conversaciones cotidianas sobre el vértigo, el miedo a la caída y la aventura de sobrevivir a ella. Allí para encenderse un cigarro, quedarse de mero observador por horas y contemplar como todo lo que parece inmenso, insoportable, arrogante, se va haciendo chico, humilde, rabiosamente hermoso, hasta que desciendes y solo puedes observar la punta de los zapatos.

Han matado al sexo, lo han violado, arrinconado, machacado, por suerte se lo llevó una gaviota para que no se muriese, para que siguiese existiendo en otro espacio, para que fuese encontrando otra vez su sitio, esta vez se cotillea en un lugar donde la gente aunque mienta diga que ve dos lunas todas las noches que el cielo esté limpio de contaminación. Todo ello lo discuten a primera hora abajo donde dejan caer algún que otro chorro de whisky con el primer café mañanero.

Hay algo lindo realmente lindo que a veces las alturas por su perspectiva vertical nos impide observarlo con el detalle y la precisión exacta que se requiere, un gato que corre por los tejados, que el vecindario ha opositado para llamarlo Silvestre, salta de balcón en balcón, hasta que decide quedarse en uno, reposando, acicalándose sus bigotes, dejando tranquilamente que los rayos del sol descansen sobre su lomo, esperando a que salga la mujer desnuda con su primer cigarro madrugador entre sus dientes, se asome desde la baranda del balcón como si fuese una equilibrista, coja a Silvestre (desconfiado con los demás menos con ella) entre sus brazos y lo acaricie, ¿Querrá esta noche aceptar la invitación de comprobar si hay dos lunas en el cielo?

Saludos y gracias 

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