Me dijiste algo sobre un atlas
de gatos, que no te importaba la edad, que la ciudad estaba demasiado sucia,
que si abríamos las ventanas más de la cuenta venía un frío que erizaba la
piel, el polvo de la medicina se hace liquido con el agua caliente, y tú llegaste
descalza, como si el mundo se hubiera partido en dos escaleras más abajo, nos
zambullimos juntos en la bañera, cerramos los ojos y vimos como se alejaba el
cansancio de la rutina, los gatos volvieron cuando ya no quedaba espuma.
Me tapabas la boca, secabas
mis lagrimas con la sed de tu lengua, me ponías aquello duro con la mano, y me
besabas como si aquí no hubiera pasado nada, aunque sabes perfectamente que la
ventana estaba abierta para saltar por ella y recordarte que la semana pasada
quien estuvo aquí no llevaba tu corte de pelo, gastáis el mismo tinte pero si
lo quieres escuchar a ti te queda mejor, hoy los gatos decidieron abrir por la
mitad todos los libros de la estantería del salón y marcar un lugar de la misma
manera que tú lo haces con tus uñas sobre mi espalda.
Me hablaste del teléfono como
quien habla de la vida, de las hélices de los helicópteros, del amor imperfecto
que sentiste una vez por tu profesor de violín, y que las cuerdas también
envejecen, de despertarte debajo de la ducha convertida en sirena, de que en
los últimos meses tan solo sonó dos veces, y nunca fue un buen momento para
cogerlo, que si vuelvo a tirar no sabré que hacer y supongo que una vez más
comenzaré por la mentira, si miro fijamente a tus ojos de color de gata no
parece importarte saber que me desnudas igual que lo hacen ellas.
Saludos y gracias
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