No sé a que huele la manta
cuando tiene frío, por qué esa tendencia a destruir y no crear, las páginas del
periódico las vas prendiendo una a una con el mechero, se ha ido, lo tienes que
aceptar, y tus palabras rebotan en mis sienes como las pelotas contra las
paredes de frontón, tendría que haber un almax para la cabeza, estoy cansado de
tanto iboprufeno, no digas tonterías, y me dices quita el corcho de aquí,
señalando la botella de vino llena lo suficiente para beber de ella y volverlo
hacer, ese es el mejor remedio para lo que te pasa.
Sé que se tenía que ir, y
hacer su camino, pero podía no sé, sabes podía... Dejas de sacar fuego de tus
manos, y ahora como la mujer de viento echas humo por la boca entre calada y
calada, y con las piernas cruzadas, sentada en ese sofá de segunda mano que
sacaste de la calle y que habías rehabilitado, con tu mitad de muslo desnudo, tus
uñas recién pintadas, y la postura de saber lo que se está a punto de decir. Tú
lo que querías era retener algo a tu lado, y seguir moldeándolo a tu gusto y
que no pusieran ningún pero, ninguna coma que pudiera emborronar tu guión, y no
te quisiste dar cuenta que a veces se necesita otra cosa, otra experiencia, y
como esta no entraba dentro de la tinta que cubría tus hojas, decidiste apostar
por una actitud infantil y comediante de rechazo ilógico, y eso no es motivo para
que estés tan borde y le hagas el hueco que estás haciendo a todo esta
situación, y además si te jode tanto que se haya ido, haberte ido detrás, sabes
que siempre tuviste, tienes, tendrás esa opción.
¿Y tú qué? Lo nuestro, mis
razones, las desechas así tan fácilmente, como si ahora me levantara, abriera
la puerta, me mudara hacía abajo por las escaleras y me transportara hasta el
interior de un antro de mala muerte e hiciera cosas de las que luego nos
podríamos arrepentir los dos, pero que parece que a ti no te importen, y no
estuviera de vuelta hasta contando desde hoy, dos o tres días más tarde cuando el
panadero sacara al mostrador la cocción de sus primeros bollos. No dices nada,
te pones de pie, llegas hasta la ventana, la abres aunque sabes que me molesta
el murmullo del frío que entra, y que me des la espalda, así, así, no puede
pasar el tiempo, se encalla y el corcho de la botella creo que ha desaparecido,
lo tengo yo tonto y tu fantasma blanco lo tengo delante, te cojo por el tobillo
y te pregunto cómo lo haces para encontrarme cuando me pierdo, y mientras te
desatas de mi mano con un movimiento del pie, y pones el corcho en la botella,
me respondes, no me vuelvas a mentir, ojalá la razón de no haberte ido hubiera
sido yo.
Saludos y gracias
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