Era domingo y tocaba sabotear la
tristeza propia de estos días que se desinflan según van pasando, igual que las
oportunidades que creía tener contigo y poco a poco se iban apagando, y al
final nada eran las únicas palabras que encontraba en el pastel de los
enamorados, jueves malditos y tú querías escapar, salir corriendo, no entendía
muy bien de que, un día de estos me lo tendrás que decir, pero la imagen de tu
melena al viento huyendo de mí, era como si uno se sintiera desterrado de algún
tipo de paraíso, luego buscaba en los muros alguna puerta accesoria, secreta,
que me trasladase a los lunes, comienzo de semana, volverte a ver, y esta vez
me esperases hasta el final de la clase, con un paraguas rojo abierto contra la
nieve, y poderme guarecerme ahí sin tener que preguntarte, alargar el tiempo
hasta el martes por la mañana, quizás un té con rodaja de limón, un beso de
buenos días, una llave suficiente incluso si tan solo se trataba de la del buzón, y el
miércoles encuentro inestable, anticiclón, todo se revolucionaba en exceso y
centrifugado de emociones, y yo queriéndome evaporar para que cuando me vieses
desaparecer quizás comenzaras a darte cuenta que echarme de menos era una idea
que te haría sentirte mal, sábado tan solo había entrada para el alcohol y
quemar así la maldición de no poderte tener cerca, porque no sé si te diste
cuenta o qué pero nuestra distancia era bipolar, por eso los viernes era como
jugar con un farol y unas cartas manchadas, todo era posible desde que
estuvieses allí pidiéndome en un mensaje volvernos a ver, como que me quedase
esperando alguna señal que nunca llegaba.
Saludos y gracias
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