Debe de haber algo que no
hayamos hecho todavía, que nos ayude a estrangular estos pasos del gigante que
se repiten una y otra vez, una y otra vez, mientras no nos permite
establecernos más allá de lo que hay detrás de la memoria y del futuro, su
ritmo frenético, sus energúmenos que se podrían etiquetar con códigos de
barras, no llegan mucho más allá y nos hacen creer que lo tienen todo bajo sus
manos, las avenidas, el miedo a las alturas, los ascensores que nos llevan para
aquí y para allá sin permitir que busquemos otra dirección.
Y despertamos pegados juntos
separados, dándonos la espalda, y cuando te vas, queda un espacio en blanco que
no sé como ocupar, ese abismo brutal que hay entre el sueño y la realidad, hacerse
un ovillo y meterse en la piel de un gusano, y tragar, tragar con la tierra que
remueve cada vez que da un paso más, cada vez que abre un nuevo ataúd y se
produce la indigestión, la terrible sensación de abatimiento, no quiero acabar
como un puñado de moscas golpeándose contra los cristales, vivir rodeado de
pozos de petróleo, o estar atado con cadenas y ladrar como un perro con miedo
en los ojos.
Hay que encontrar alguna
salida, no quiero seguir aquí, y ver lo mismo todos los días, y si lo abandonamos
todo estoy seguro que no lo echaremos de menos, ¿Acaso quedarse escondidos en
el fango o con miedo a sus pisadas es algo que merezca la pena contar? Estoy
aburrido de vivir relatos de terror y que tú estés dentro de ellos, porque
cuando empieza el alba y no estás, todavía se refleja con mayor clamor el
pánico, ¿A dónde vas? ¿A dónde te metes todas esas mañanas que desapareces?
Porque cuando llegas con huellas de lágrimas en los ojos y algo de comida que
no sé de donde la sacas y te pregunto donde estuviste, me respondes: mejor que
no lo sepas, ahora come y no digas nada. Ni tan siquiera dejas que te toque…
Saludos y gracias
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