¿Qué se hundió el mar?, yo tan
solo sé eso de dormir océanos, tirar las cascaras vacías de los cacahuetes al
suelo, callar mientras te escucho, pensar que hubiera dormido más de una noche
a tu lado si tan solo me lo hubieses pedido, que te he mentido y no te he
contado toda mi verdad, así se forman los secretos, al menos los míos, y que no
sé si tendría sentido insistir en lo que podría haber sido, que siempre hemos
jugado desde que nos conocimos hace unos pocos meses a condicionales, porque
nunca ninguno de los dos llegó a estar en el sitio exacto, y sin embargo me
resulta terrible reconocer que todavía quiero tomar esa cerveza contigo, aunque
tal vez no lo hagamos a pesar de que sepamos que sería una buena idea, tú quieres
irte lejos, a un lugar del cual yo no formo parte, sin olvidar que en tu
desdoblamiento personal querrías no irte y quedarte, dejar caer las reglas,
torcer los renglones y volver a esa parte de la condicional y descubrir lo que
podría pasar.
También, también coincide que en
el último otoño se me aplazó una crónica (de la cual tú nunca formaste parte) llena
de borracheras de sueños e imágenes sueltas de lo que debe de ser la felicidad,
aquel aplazamiento acabó transformándose en un experimento que me ha hecho
sangrar muchas mañanas y arrancar muchos domingos tristes en el último
calendario que ha colgado de mi pared, ahora, ahora está tocando a su final, aunque
no haya nada seguro y menos en ese cable de la incertidumbre que puede llegar a
unir dos mundos. Si me pidieras que te hablase de los cosmos que quiero
alcanzar, solo les conozco un principio, volver a retomar esa crónica,
abandonarlo todo y a la vez atraerlo todo, cruzar ese cable, sin dudar de que
habrá mucho, mucho de eso que llaman vértigo, y descubrir una vez más ese mismo
momento que se encuentra en esas películas con finales felices cuando los dos
enamorados se dan un beso.
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