Hubo un fin de semana que no
paró de llover, que hacía mucho frío que entraba por el conducto del aire
acondicionado, que los coches de los semáforos manchaban las persianas que
salían fuera de los balcones, la melancolía dejaba lagrimas pegadas contras la
fachadas, y los pájaros siempre más inteligente que nosotros salían huyendo.
Intuíamos lo que estaba a punto de suceder, como el pescador cuando sabe que va
a subir la marea, y se llevará el barco encallado en tierra a otro lugar.
Hubo un fin de semana que
alguien recolectaba monedas antiguas de otros países, el tendero de aquella
tienda de antigüedades que hacía chaflán con el viejo barrio antes de que lo
tirasen abajo para construir un centro comercial y casitas adosadas, nos quiso
vender un contrabajo tallado en color burdeos, y al final nos llevamos un reloj
de cuco que todavía descansa en la pared que un día decidiste tatuarla, como tu
piel en aquel día que llegaste, era domingo, te desabrochaste el pantalón, te
bajaste un poquito las braguitas lo justo para que lo viera y me preguntases:
¿Te gusta?.
Hubo un fin de semana que
decidimos no salir de casa, tendíamos la ropa en el tendedero plegable, regábamos
las plantas, y les quitábamos las hojas muertas, aprendimos a cocinar sushi y a
empastrar el arroz, teníamos los móviles apagados, liábamos canutos con la
marihuana que le compramos a un holandés, me enseñabas el rock que traían tus
caderas, Libre quería que le hiciésemos caso, ibas sin ropa interior debajo de
la camiseta de los Knicks que tanto te gustaba llevar por casa, y no hacía
falta nada más para que recuerde que hubo un fin de semana que fuimos felices.
Saludos y gracias
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