Me dijiste las cosas mueren
una y otra vez cuando dejamos de esperar algo de ellas, por eso para ti (que en
verdad era para mí) ese verano había muerto incluso antes de empezar, y eso que
las noches eran raras porque eran frías o eran frías porque eran raras. Te
gustaba hacer hogueras con las papeleras y calentarte ahí las manos, las
salamandras nos miraban extrañadas, tú te inventaste un extraño nombre que una
vez te encontraste en un libro que decías que ahí pasaban muchas mejores cosas
que en el mundo real, tenías una cicatriz en la rodilla izquierda y no te
importaba que se te viera, y como no teníamos prisa de llegar a ningún sitio en
nuestros trenes imaginarios parecíamos unos pasajeros tranquilos, nada
desesperados más que por desnudarnos con la mirada y hacernos el amor con la
mente mientras el pianista (también alejado de esta realidad y dentro de la
nuestra) tocaba una melodía de jazz de una película antigua de Paul Newman de
la cual no recordabas su nombre.
Sigo coleccionado veranos muertos esperando a
que llegue uno donde una salamandra se me quede mirando y me enseñe a través de
sus ojos tus manos calentándose de una noche helada y esperando a que cruce al
otro lado del cristal para viajar de nuevo en ese tren, no volvernos a
abandonar y no dejar solo al pianista.
Saludos y gracias
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