Nunca supe porque le temían,
lo pregunté una y otra vez en aquel bar de las montañas al cual fui por unas
piernas que vi en una revista y una bicicleta que tan solo le hacía falta
ponerle un sombrero en el manillar para que comenzase a andar hacía el futuro.
Decían que era por sus pies, que eran demasiado grandes y que tenía manos como
si fuesen garras de oso pardo, incluso había quien decía que si algún día por
descuido algún cazador le pegase un tiro en el funeral nadie le echaría de
menos.
Lo que no sabían es que no era
cierto, la última noche que pasé allí mientras volvía a la cabaña que alquilé,
soportando el frío con el licor de patata de aquel lugar, me lo encontré con
sus dos metros largos de estatura, sus anchos hombros y su prolongada barba
blanca, dejando un ramo de flores en la puerta de la única muchacha de aquel pueblo
que en los días que estuve no esgrimió ninguna palabra en contra del hombre de
la nieve que calzaba un 52, ella era tan dulce como la miel de las abejas, y
su sonrisa mejor que las piernas de aquella revista. Cuando él se giró, tan
solo puso su dedo sobre los labios pidiendo silencio y secreto y se adentró a
grandes zancadas dentro del bosque.
Al día siguiente me fui,
buscando respuestas inútilmente en el catalogo de otra revista de piernas
largas.
Saludos y gracias
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