Solo sabía dos o tres cosas de
ella y eran suficientes para salir por las noches y quedar con ella en el bar
en el cual tomábamos unas copas y mis celos estúpidos porque le prestó atención
a aquel cantautor que hablaba del amor y la revolución los canales de Amsterdam
entre sus muslos o las amapolas que descansaban en cada poro de su piel me
recordó que la lluvia de otoño tenía sentido y las hojas caídas en el parque
rotaban volando por el aíre y aquel elefante de cristal que puso en mis manos era
el año 1998 y no podía apurar más el vaso del tiempo y tenía que volver hacia
el presente. La despedida que nunca entendió fue en el vórtice dimensional de
aquel muelle bajo el canto triste de las gaviotas que le acompañaban.
Saludos y gracias
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