Quiero cambiar el mundo. Pero
a eso a estas alturas, resulta algo imposible. Dijo mientras miraba hacia
arriba y los buitres la observaban con la lujuria que se teje sobre una presa.
Llevaba un rato colgada de aquel árbol. Sus rodillas estaban machacadas, sangraban,
y ahí donde antes había carne ahora solo había hueso, y la desesperación le
pesaba tanto que las lagrimas eran costras pegadas a sus mejillas.
Quiero cambiar el mundo. Daba
sorbos al café. Sentada en el sofá que había en mitad de una calle que se
encontraba en silencio, sin tráfico, sin ruidos artificiales que pudieran crear
confusión en sus palabras, con la falda color mostaza arremangada hasta medio
muslo. Todavía si alzaba sus ojos azules y acariciaban al sol recobraba la
vida, renacía como el fénix caído.
Antes de que hubiesen venido,
la hubiesen secuestrado, la hubiesen torturado, y la hubiesen dejado ahí
colgando como un saco de patatas agujereado, molido, golpeado y los buitres
esperando su dulce momento, el de la anestesia final.
¿Dónde están ahora sus bragas,
su culo, sus caderas, su vida provocando que descubriese todas las que empezaba
a vivir a su lado. Dónde está el recién levantarse mirarme a los ojos y decirme
que quería cambiar el mundo?
Saludos y gracias
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