Dime que al final no matan al
monstruo. Promételo. También asegúrame que el malo no es el monstruo, es su
creador. ¿Verdad?.
No se asustó al verlo. Sabía
lo que había destruido. Solo con observarlo de una pieza, con una única ocasión
bastaba para darse cuenta porque le llamaban monstruo. Era consciente de lo que
había hecho. De lo que le había quitado. Lo que le había provocado perder. Pero
no podía matarlo, no podía, lo acababa de prometer, de jurar y no a alguien
cualquiera. Guardó la espada en su funda, soltando así su empuñadura,
colgándosela a la espalda. Se dio la media vuelta y se marchó. Nunca tuvo miedo
ni temió que el monstruo se aprovechase de que acababa de bajar la guardia. Lo
había entendido igual que él. Estaban todos equivocados, la culpa no era del
monstruo, era de su creador. Pero ya era la hora, ya era la hora de dejar
aplazadas por un largo tiempo las venganzas. Estaba muy cansado de ello.
Caminaría errante y la lloraría para siempre.
Gracias por regalarme un
último final feliz. De nada. ¿Te acuerdas que pudimos haber hecho para evitar
acabar dentro de esta pecera? No te respondo. Te doy un último beso. Y tú me
pides una última promesa: Júrame que una vez empecemos a cortarnos las venas y
nos desangremos lo haremos a la vez, ni tú terminarás primero, ni seré yo quien
lo haga, como si hiciésemos el amor por una última vez.
Saludos y gracias
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