Los indigentes se miran a los
ojos y se entienden como el viento y el frío. Esa conexión de códigos
omnipresentes. Las bicicletas se mojan y de igual forma que lo hacía el futuro
antiguamente. Ahora es otra cosa. Exceso de tecnología. Recuerdo que hice un
curso intensivo para aprender tu lenguaje, cubrirte con él cada poro de tu cuerpo
desnudo, entender cada gota que hablaba de tu presente y de tu futuro.
Mezclados, juntos, atemporales, y ahora que no lo puedo volver a utilizar no sé
qué hacer con él. Ese equívoco de dejar mis signos vitales, el calor de mis
huesos, el significado de mis huellas en tus decisiones. Los indigentes
observan pasar a los que llevan maletines, trajes, prisas, y descubren en sus
miradas (que tratan de ocultar) el odio que ensucia las aceras de las ciudades.
Saludos y gracias
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