MI GATO KACZYNSKI



Los nervios. La llave que no entra en la cerradura. Que no abre la puerta. ¡Tiene que abrir la puta puerta!. Me siento tan lejos del mundo, como si me desechará, como si me apartase, y yo quiero estar en él, dentro de él, es más ser él... ¿Cómo hacérselo entender? Y la pregunta de nuevo, dónde estará mi gato Kaczynski y porque ha vuelto a obstruir la cerradura. Whisky con somníferos, somníferos con whisky en una pista de baile y que se pongan a danzar hasta que el tipo con la guadaña se pronuncie en su papel de aguafiestas fúnebre. Etiquetas, siempre etiquetas.

Tengo la ansiedad de un perro abandonado, ¿Por qué? Si hoy soñé que rescataba a una chica que se había visto encerrada en una pesadilla. Si me dio las gracias lo he olvidado. Querían hacerme fotos para sacarme en un periódico de la ciudad y yo les dije que se fueran a la mierda, que únicamente tenía la necesidad de encontrar a mi gato Kaczynski que el muy hijo de puta se había vuelto un fulano y ya no necesitaba de mis caricias más allá del ronroneo por un buen tazón de leche. El egoísmo felino contractual en el ser humano. ¡Como asusta dar excesivas vueltas a la noria de las emociones!

El periodista con cámara japonesa me preguntó si le había puesto a mi gato el nombre de Kaczynski por ese matemático que mandaba cartas bombas años atrás, no le respondí, lo cierto es que nunca lo había pensado, pero tal vez, tal vez, tengan algo en común.

Saludos y gracias

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