Se extinguieron todas mis
razones en los pliegues de tu falda, en las baldosas que pisabas cuando te
levantabas de la cama e ibas a la cocina a prepararte un té, hacía frío,
siempre hacía frío allí fuera, en esa ciudad tan desconocida por no saber leer
el nombre de sus calles, y no entender porque los cuervos siempre estaban de
vigías, ¿acaso estarán siempre en aquellos árboles hasta que haya un ataque
nuclear?. Tendría que volver para comprobarlo....
Pero seguramente nada sería
igual, ni ellos ni yo y lo que ya no está porque se fue.
Lo que sí es cierto, es que ahí
dentro, entre ese techo y esas cuatro paredes se estaba caliente cuando tú estabas,
cuando subía como hormiguita a
las terrazas de tu cuerpo y me gustaba lo que veía,
cuando perdiéndome en los
rincones de tus luces y tu ocaso me sentía invulnerable,
cuando las fronteras y las
líneas divisorias eran un mal cuento que sufrían otros, nunca nosotros.
Saludos y gracias
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