Sabes, todo está donde guardaste tus bragas rojas, la misma noche que te fuiste sin avisar. Acabábamos de hacerlo, fue diferente. Tus labios no sabían igual, y te pusiste encima de mí, y te movías arriba y abajo mientras yo acariciaba tus muslos, siempre me han encantado tus muslos desnudos, porque cuando llevabas ropa encima o algo que los cubriera perdían todo su sentido, quizás por eso nunca me gusto el invierno. O de vez en cuando te estrujaba un pezón y lo absorbía con ganas de lactancia madura. Esos tiempos fueron los mejores, y ahora me escribes que los quieres recuperar, que todo fue un error, que necesitabas un tiempo y que tuviste que irte sin más porque no eras capaz de darme ninguna explicación. Que te perdone.
Todos estos meses, en casa sin salir, tan solo para el trabajo y porque no me quedaba más remedio, vaciando botellas de Whisky todos los fines de semana, y escribiendo versos en servilletas de papel que luego tiraba a la basura porque ninguno te hacía justicia, ni tan siquiera se acercaban a ello. Una espera tan larga que por momentos creía que nunca la iba poder llegar a soportar, y con el añadido que tú habías desaparecido al completo, sin rastro, sin noticias, sin saber nada, absolutamente nada de ti. Así todo el maldito otoño, y el gris invierno. Jamás se me hicieron tan duras estas estaciones como esta vez. Por eso quizás ahora las odie tanto.
Todo lo que me quedo de ti lo puedes encontrar junto a tus bragas rojas, lo que te eche de menos, tus discos rallados y que saltaban de pista a pista imprudencialmente, tu maquina de liar los petas, nunca quisiste aprender. Tu libro de lectura, como tú decías eterno, porque los libros de poesía son para siempre, se empiezan una vez pero nunca se acaban. Algunas fotos de aquella vez que nos perdimos en las costas turcas devorando lugares desconocidos y haciendo el amor en lugares prohibidos, porque nos gustaba escandalizar y llamar la atención, como esa vez que no llevabas bragas y te levantaste el vestido ante la cara de sorpresa de aquel viejo que hacía mucho tiempo que no veía un coño joven en perfectas condiciones. O cuando dentro de un restaurante de lujo, de prohibido fumar sacaste la Marihuana y te pusiste a liar un porro, creía que lo contaríamos entre rejas, por suerte y aun no sé como todo se arreglo, aunque claro el cubierto salió más caro de lo normal.
Ahora estás otra vez aquí, será que estamos irremediablemente hechos el uno para el otro, nos guste o no nos guste. Me dices que olvide estos últimos meses, que no te pregunte por nada de ellos, que con el tiempo me iras contando cosas y porques, y causas, y consecuencias, y me harás referencias a ecosistemas que yo desconozco y tú necesitabas adentrarte porque había una fuerza que te impulsaba a ellos, y no la podías desobedecer, era tan intenso, que tuviste que hacer lo que más te dolía y lo que más te ha dolido de todo lo que has hecho en esta vida, hacerme daño. Y yo te creo. ¿Por qué no creerte? No tiene sentido, estas aquí y ahora. También me dices que soy un idiota por haber sufrido tanto estos meses, que no merecía la pena, pero es que aun no lo entiendes, te digo. Y es entonces cuando te quiero explicar cuanto te quiero, y tú me callas poniéndome tu dedo sobre mis labios. Y mientras nos fumamos el porro en silencio, como si se tratara de la pipa de la paz, sacas las bragas rojas del cajón donde estaban guardas y te las vuelves a poner, y es entonces cuando me dices vamos a retomarlo por donde lo dejamos, pero esta vez con una promesa, te juro que no me marchare.
Todos estos meses, en casa sin salir, tan solo para el trabajo y porque no me quedaba más remedio, vaciando botellas de Whisky todos los fines de semana, y escribiendo versos en servilletas de papel que luego tiraba a la basura porque ninguno te hacía justicia, ni tan siquiera se acercaban a ello. Una espera tan larga que por momentos creía que nunca la iba poder llegar a soportar, y con el añadido que tú habías desaparecido al completo, sin rastro, sin noticias, sin saber nada, absolutamente nada de ti. Así todo el maldito otoño, y el gris invierno. Jamás se me hicieron tan duras estas estaciones como esta vez. Por eso quizás ahora las odie tanto.
Todo lo que me quedo de ti lo puedes encontrar junto a tus bragas rojas, lo que te eche de menos, tus discos rallados y que saltaban de pista a pista imprudencialmente, tu maquina de liar los petas, nunca quisiste aprender. Tu libro de lectura, como tú decías eterno, porque los libros de poesía son para siempre, se empiezan una vez pero nunca se acaban. Algunas fotos de aquella vez que nos perdimos en las costas turcas devorando lugares desconocidos y haciendo el amor en lugares prohibidos, porque nos gustaba escandalizar y llamar la atención, como esa vez que no llevabas bragas y te levantaste el vestido ante la cara de sorpresa de aquel viejo que hacía mucho tiempo que no veía un coño joven en perfectas condiciones. O cuando dentro de un restaurante de lujo, de prohibido fumar sacaste la Marihuana y te pusiste a liar un porro, creía que lo contaríamos entre rejas, por suerte y aun no sé como todo se arreglo, aunque claro el cubierto salió más caro de lo normal.
Ahora estás otra vez aquí, será que estamos irremediablemente hechos el uno para el otro, nos guste o no nos guste. Me dices que olvide estos últimos meses, que no te pregunte por nada de ellos, que con el tiempo me iras contando cosas y porques, y causas, y consecuencias, y me harás referencias a ecosistemas que yo desconozco y tú necesitabas adentrarte porque había una fuerza que te impulsaba a ellos, y no la podías desobedecer, era tan intenso, que tuviste que hacer lo que más te dolía y lo que más te ha dolido de todo lo que has hecho en esta vida, hacerme daño. Y yo te creo. ¿Por qué no creerte? No tiene sentido, estas aquí y ahora. También me dices que soy un idiota por haber sufrido tanto estos meses, que no merecía la pena, pero es que aun no lo entiendes, te digo. Y es entonces cuando te quiero explicar cuanto te quiero, y tú me callas poniéndome tu dedo sobre mis labios. Y mientras nos fumamos el porro en silencio, como si se tratara de la pipa de la paz, sacas las bragas rojas del cajón donde estaban guardas y te las vuelves a poner, y es entonces cuando me dices vamos a retomarlo por donde lo dejamos, pero esta vez con una promesa, te juro que no me marchare.
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