ARENAS MOVEDIZAS

Me siento igual que si mi can se hubiera marchado con otro dueño. Sin explicaciones, sin movimientos de rabo, sin gruñidos.

Las paredes a veces aprietan, y notas que te falta el aire, sientes que necesitas huir, pero no sabes a donde, no tienes ni puta idea de hacía donde dirigirte. Estás perdido.

Algo así como ponerse delante de un papel arrugado, con la poca tinta que queda en un viejo bolígrafo, mordido y malgastado. No sale nada, porque todo está todavía muy adentro, atascado, se ha hecho una pelota y aunque uno quiera no puede salir.

Lo peor es, ese sentimiento de soledad, ese sudor frío que te corre de arriba abajo cuando piensas en coger el teléfono y marcar su número, pedirle que venga, o que vayas, qué más da en este caso. El ir o el venir no es lo importante, lo importante o lo terrible es saber de antemano la respuesta a esa llamada.

La reacción, el saber que no puedes recibir lo que necesitas, lo que buscas, tan simple como refugiarse en su regazo y compartir una película para que el mundo se calle un rato, un rato largo a poder ser. Ese es el problema la reacción de ella, al quiero pero no puedo, al miedo, a un miedo que ella no comparte, que tú no acabas de entender.

Siempre, siempre hay un miedo que paraliza a las cosas, que las aliena, que las encierra en una botella, y el tapón por más que se quiera, a veces nunca salta.

Hoy es lunes por la noche, y me siento igual que si fuera domingo. Estoy acostumbrado, incluso me he adaptado a sentirme así los domingos, pero los lunes no, los lunes no por favor, dos días seguidos son excesivos, demasiado...

Hay que salir como sea de estas arenas movedizas, creo que necesito con urgencia una alegría, una llamada, no la que yo hago, sino la que siempre espero recibir los domingos por la noche y finalmente nunca llega.

Tu llamada diciéndome ya no tengo miedo, puedes contar conmigo de la misma manera que yo puedo contar contigo. Así, así comenzaría a ser todo más fácil...

No hay comentarios:

Publicar un comentario