Cuando el reloj de la estación de trenes marque la una del mediodía, no, no me vale otro, y tú salgas por la boca del metro directa a la avenida que te llevará todo recto a la plaza mayor, y el tiovivo a dos cuadras de distancia de allí de tres vueltas perfectas antes de pararse y se suba aquel niño con su algodón de azúcar que le pedirá a su padre que lo sostenga, para sentir más a gusto el relinchar de los caballos.
Cuando el cartel de autosuficiente se caiga del rostro del tipo serio que se subió al autobús número 54, el mismo que frenará en seco el conductor que andaba despistado mientras abrigaba esperanzas en esa sonrisa desconocida que le saludaba a través del espejo retrovisor, propiciando el enfado en aquellos que se vestían de cebra al cruzar la calle y soltaban la rabia contenida de una mañana acelerada, llena de prisas, y con la sensación que la velocidad se llevó el sentido de las cosas.
Cuando los acordes dejen de tocar esa vieja canción de Bob Dylan, que recordaban viejos tiempos, siempre mejores, farolas encendidas para callar la oscuridad, y besos para amortiguar el dolor de los malentendidos, de los peros que cortan la ilusión de viajes tridimensionales a camas de hostales dispuestas a tapar y cerrar la derrota que se lleva dentro, será el mismo que enfunde su guitarra, el que transforme una de las monedas que le han dejado entre las partituras escondidas en su vieja funda llena de batallas, en una cerveza con la cual brindará por un día que lleva tanto tiempo deseando que llegue, porque a las cinco de la tarde le contará al camarero que tiene una cita en el aeropuerto, desde el otro lado del charco aterrizará la niña de sus ojos.
Cuando aquel viejo bribón que prefiere creer antes en Robin Hood que en este continuo sin sentido de talonarios y valores bursátiles, salga corriendo del banco que acaba de atracar para amortiguar así la farsa de este maldito baile de títeres continuos, cruce la plaza mayor a toda prisa, la misma que tú acabas de alcanzar y sin poderlo evitar se tropiece contigo, provocando que caigas sobre mi mesa y me tires la cerveza por encima del libro que me estaba contando algo que quería escuchar, me pedirás mil disculpas, y te diré tranquila no pasa nada, en cierta manera te estaba esperando, aunque en ese mismo instante tú no entiendas nada de lo que estés oyendo en boca de ese loco desconocido que soy yo.
Eso es lo que te quería decir, mientras nos encontramos aquí, dejándonos llevar por este estado perfecto de las cosas, tú desnuda, apoyada sobre mi pecho, y yo despegando aviones sobre tus muslos, y ya sabes, contándote eso tan importante que tenía pendiente, que cuando todo eso pase, en el momento exacto y en su orden cronológico, será entonces cuando podremos dar el uno con el otro, en cambio si no es así, tendremos que esperar a que esas causalidades se den en otro universo infinito, para no tener que soportar muchas vidas más, la terrible ausencia de sentir que no podemos estar juntos.
Cuando el cartel de autosuficiente se caiga del rostro del tipo serio que se subió al autobús número 54, el mismo que frenará en seco el conductor que andaba despistado mientras abrigaba esperanzas en esa sonrisa desconocida que le saludaba a través del espejo retrovisor, propiciando el enfado en aquellos que se vestían de cebra al cruzar la calle y soltaban la rabia contenida de una mañana acelerada, llena de prisas, y con la sensación que la velocidad se llevó el sentido de las cosas.
Cuando los acordes dejen de tocar esa vieja canción de Bob Dylan, que recordaban viejos tiempos, siempre mejores, farolas encendidas para callar la oscuridad, y besos para amortiguar el dolor de los malentendidos, de los peros que cortan la ilusión de viajes tridimensionales a camas de hostales dispuestas a tapar y cerrar la derrota que se lleva dentro, será el mismo que enfunde su guitarra, el que transforme una de las monedas que le han dejado entre las partituras escondidas en su vieja funda llena de batallas, en una cerveza con la cual brindará por un día que lleva tanto tiempo deseando que llegue, porque a las cinco de la tarde le contará al camarero que tiene una cita en el aeropuerto, desde el otro lado del charco aterrizará la niña de sus ojos.
Cuando aquel viejo bribón que prefiere creer antes en Robin Hood que en este continuo sin sentido de talonarios y valores bursátiles, salga corriendo del banco que acaba de atracar para amortiguar así la farsa de este maldito baile de títeres continuos, cruce la plaza mayor a toda prisa, la misma que tú acabas de alcanzar y sin poderlo evitar se tropiece contigo, provocando que caigas sobre mi mesa y me tires la cerveza por encima del libro que me estaba contando algo que quería escuchar, me pedirás mil disculpas, y te diré tranquila no pasa nada, en cierta manera te estaba esperando, aunque en ese mismo instante tú no entiendas nada de lo que estés oyendo en boca de ese loco desconocido que soy yo.
Eso es lo que te quería decir, mientras nos encontramos aquí, dejándonos llevar por este estado perfecto de las cosas, tú desnuda, apoyada sobre mi pecho, y yo despegando aviones sobre tus muslos, y ya sabes, contándote eso tan importante que tenía pendiente, que cuando todo eso pase, en el momento exacto y en su orden cronológico, será entonces cuando podremos dar el uno con el otro, en cambio si no es así, tendremos que esperar a que esas causalidades se den en otro universo infinito, para no tener que soportar muchas vidas más, la terrible ausencia de sentir que no podemos estar juntos.
Las casualidades existen?? o son causalidades?? ahí lo dejo!! :)
ResponderEliminarBuen día... y para ello... un poco de acción!!!
http://www.youtube.com/watch?v=WumSB0vZ5l8