LA LUCIÉRNAGA Y EL PERTIGUISTA

La luciérnaga alumbra en tu vidriera, y el saltador de pértiga no supera los cinco metros cincuenta centímetros, ventanas que se atragantan con el bajo cero, que frío hace en las aceras, ahora me dices que desde que sales de casa vas patinando hasta el trabajo.

A la luciérnaga se le ocurre dormir a tus pies, se cuela por el rinconcito donde entra el aire invernal mientras te arropas con el nórdico y te agarras bien fuerte a la almohada para sustituir mi abrazo de cuchara. Y el pertiguista le pide a Dios entre chupito y chupito un salto de fe, un último salto de fe.

La luciérnaga desaparece por el día, tú buscas entre armarios desordenados el último táper que me dejé, una manera como cualquier otra de no hacer por olvidarme, mientras en la televisión la noticia es sobre un pertiguista que confundió un puente como el salto que le daría la clasificación para las olimpiadas de Londres, los jueces dicen que le declararon agua.

Y la luciérnaga espera a que vuelvas del trabajo, enciendas la luz, se cuele por el tragaluz, y busques en el calendario, las ultimas letras de tu diario que recordaban nuestros mejores momentos. Al mismo tiempo un pertiguista busca el equilibrio haciendo un espectáculo indecente para las autoridades locales, subido encima de su pértiga en la plaza mayor, a dos cuadras de a donde das descanso a tus pequeños fantasmas diarios.

Ya es tarde la luciérnaga se marchó, a buscar otro glacial, que le abrigue su resplandor, marzo asomaba como un estandarte, como una bandera que izar, tú y yo en ese mundo de lo artificial, ya sabes ahí donde el periódico narraba la noticia de un pertiguista que decidió dejar sus males de altura por un mundo en el cual se sintiera mejor, un oasis en un desierto, un destierro con una luz que marcaba el camino, una luciérnaga que nunca se apagaba.

1 comentario: