Te acuerdas del conserje de
aquel motel fantasma abandonado a la mala suerte que trinchaba el pollo con una
flecha, retumbaba con sus carcajadas los muros de aquel viejo caserón donde
hacíamos el amor a escondidas, siempre la misma excusa de aquel verano, esto es
efímero, nos pusimos dos reglas, no echarnos de menos, no saber nada el uno del
otro cuando todo acabase.
Llego diciembre, y un viejo
libro lleno de polvo terminó en mis manos, en el contaba la historia de una
muchacha que te juro que era tu viva imagen, que su sueño era ir hasta la
Patagonia y abrazar a un pingüino, pasar las navidades en Canadá en busca de un
oso polar al cual fotografiar y que le diera el primer premio del concurso de
fotografía que tenía pensado apuntarse. Coleccionaba escarabajos dorados, y era
inestable, nunca tenía un rumbo fijo, necesitaba descubrir lo que otros no se atrevían
a averiguar, de la misma manera que tú me contaste que te gustaría ser, aquella
noche que bajo una lluvia intensa de interrogantes, nos toco despedirnos, y me
dijiste aunque nos duela hay dos promesas que tenemos que cumplir.
Luego llego primavera, y surgió
uno de esos amores de Abril, allí estaba esa chica con la falda de lunares, que
conocí cuando volvieron a estrenar esta vez en 3D “El Rey León” y yo cantaba
Hakuna Matata, y le robe parte de sus planes, cuando le dije: Ahora que haces,
no me lo digas, no respondas, te ofrezco una idea con una condición, no la
puedes rechazar. Todavía no sé como ocurrió, me siguió hasta una colina, y me
preguntó qué hacemos aquí, y yo le respondí, acuéstate, y mira al cielo, mira
allí arriba y cuéntame una historia cuando creas que has visto un ovni cruzar
como una estrella fugaz.
Pasaron los años, cada vez más
deprisa, y aunque seguía cantando Hakuna Matata, en cada nueva ocasión afinaba
peor, había alguna nota que me cojeaba, sucedía que a pesar que las chicas que
conocía tenían el hermoso detalle de regalarme manzanas cada vez que quedábamos
a volar la cometa, no sé cómo decirlo la mayoría de veces, por no decir todas
me sentía como un marciano a su lado, cómo si a ellas no les afectara el jet
lag que comencé a tener el día que nos despedimos y nos prometimos esas dos
promesas.
Ahora instintivamente, sin proponérmelo,
busco tu inestabilidad en los mapas del tiempo, haber si alguna isobara me
indica una señal, y las mañanas que me levanto al lado de princesitas con las
cuales no me apetece compartir la mitad del desayuno, me pongo a contar ovejitas
hasta que me auto convenzo de que hay que mantener las dos promesas que nos
prometimos cumplir. Me gustaría que supieras que más a menudo de lo que debería
voy a la estación con forma piramidal, al andén número diecisiete, porque
aunque ya sé, ya sé lo que nos dijimos, no puedo olvidar que me comentaste que
ahí se encontraba tu punto de partida a un nuevo rumbo sin destino fijo.
Saludos y gracias
A veces es tan dificil cumplir promesas
ResponderEliminarUn abrazo
Es cierto, la supuesta "moraleja", si es que la había... Era esa, que no hay porque vernos obligados a cumplir una promesa, si eso no nos llevará a sentirnos bien. Siempre con matices, por supuesto.
EliminarUn abrazo