Sabes, te busco, te busco
entre las aceras que están repletas de gente, cuando bajo al subterráneo en
busca de la línea azul, a ver si tú te encuentras en el andén de enfrente, al
lado del cartel publicitario de la nueva película, que estrenarán en uno de
esos cines que nos metíamos mano cuando el metraje se alargaba más de la
cuenta, y luego salíamos en busca de un cono de helado.
Sabes, te busco, te busco
entre las rodajas de limón que corto para preparar junto al pollo uno de los
platos que más te gustaban de mí, aunque yo sé que en las primeras ocasiones me
mentías lo suficiente para que fuera cogiendo más maña, y al final ya no
pudieras fingirlo, era cierto que te estaba bueno, y no puedo negar que todavía
espero encontrarte ahí, en la frontera que limitaba la cocina con el pasillo, con
una copa de vino en la mano, observándome mientras cocinaba, y diciéndome eres muy
divertido, y sonreías.
Sabes, te busco, te busco en
las memorias del pasado, y te encuentro, las primeras citas, y como el hombre
está hecho para buscar las costumbres que le den equilibrio y sentido a su
vida, igual que nosotros, el mismo café, la misma hora, y reconocer que no nos cansábamos,
no nos cansábamos de los mismos lugares, las mismas ansias de que el tiempo
corriera más deprisa de lo normal cuando estábamos cerca de la hora, y repetir
una y otra vez, ese hola suave que salía de dentro, acercarnos lentamente, ver
como primero se buscaban nuestras manos, y luego un poquito más tarde nuestros
labios, pero aún así no es suficiente, necesito dar contigo en este presente, a
más tardar en el futuro imperfecto que es el mañana.
Sabes, te busco, te busco a
pesar de todo aquello que nos distanció, por eso salgo a la calle cada vez que
la rutina me desquicia, y no sé lo que hacer porque te echo de menos, hasta que
llego a un supermercado vencido por la inútil búsqueda, y allí, mientras elijo
algo que calme el apetito de la noche, que ya se está haciendo tarde, resulta
que en la cola hay una muchacha qué
todavía no se le dibuja el rostro, pidiendo algunas monedas para poder comprar
una barra de pan, una botella de agua, tomate frito y algo de pasta, y la gente
calla con ese silencio aterrador que te arranca un trozo del alma, hasta que yo
digo, deja que te ayude, y al girarse resulta que eres tú, se te acabo el paro
y no encuentras trabajo, y entonces más que nunca maldigo a los mercados, los
maldigo hasta que se mueran.
Saludos y gracias
uff...
ResponderEliminarUn abrazo.