Recuerdas que se encendía los
cigarros con las cerillas que sostenía entre el esmalte de sus uñas, como nos
contó que una vez radiografío la efervescencia de una revolución, y que si la
libertad alguna vez es lujuriosa es en ese momento, que desgraciadamente nunca
es eterno, que aquello la llevó a visitar La Habana, y eternizarla con sus carretes
que luego revelaba en un cuarto oscuro, pero que ya no era lo mismo, que el
mayor cáncer de una revolución es el paso del tiempo.
Que una vez la vida la llevó a
una tierra llena de campos de maíz, y que desde ahí mandaba breves telegramas
llenos de llamas, porque nos decía detrás de cada chupito que bebía cuando la
moneda caía en su vaso que aquello era el infierno, un subnormal se encargaba
de llevar a la muerte a hombres que creían serlo porque les habían dado un arma
en nombre de una patria y unos ideales estúpidos.
Y quizás fue porque se dejó
emborrachar más de la cuenta, cuando nos enseñó una cicatriz de un general a
las ordenes de una tal Casa Blanca, que marcaba su pecho izquierdo, un agrio
recuerdo que todavía no se había desvanecido de sus pupilas yerba mate, pedía
una botella más al barman con una seguridad barbará, limpiaba la moneda contra
la parte de su vestido que dejaba entrever parte de su muslo, y la golpeaba contra
la mesa.
Había estado una vez allí,
viendo como llegaba un cargamento de armas y bombas de racimo financiado por
países europeos, como se armaban ejércitos de niños, y que era la forma más
cruel que había conocido para perder la inocencia, tal vez por eso, en honor de
esa tierra tan terriblemente prostituida le había puesto a su hija que jamás
tuvo la oportunidad de conocer a su padre, el nombre de África.
Te retiraste el primero de los tres, dejándome
a solas con ella, y me dijiste sin recordar cómo se vocalizaba que solo ocurre
una vez en la vida conocer una mujer así, tan
solo dejamos el vaso del medio y retiramos todos los demás, se destaparon
demasiadas botellas, hasta que llegó un momento que la moneda ya no quería
entrar más, y entonces cuando supe que se iba y no la volvería a ver, me quedé
con la tentación de preguntarle quien era el afortunado de hacerle el amor
todas las noches que ella quisiera.
Saludos y gracias
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