Yo tenía un reloj que nunca se
rompía, y marcaba las horas de una forma diferente a los demás, a las siete de
la mañana me enseñaba a intentar engañar al día, al mediodía ya estaba listo
para sacar conejos de la madriguera, y escabullirme por ellas mientras mi jefe
daba gritos preguntando dónde estaba. A las cinco de la tarde siempre me venía
a la cabeza Manhattan en blanco y negro, y ella esperándome en un banco de
espaldas a lo que pasara en esa gigante manzana. Las ocho menos cuarto, eran
para recordarte que nunca olvidases que yo sería ese chico que jamás supo guiñarte el
ojo. Mientras planificaba como llegar a la luna para algún día poder
regalártela, a las nueve y media estaba ahí, tan exacto como la aguja de un
minutero para no dejar de mandarte ese beso a través del telescopio. Después
sobre las once salía por la plaza mayor en busca de ese organista que tocaba la
banda sonora de Amelie. Cerca de las doce de la noche, exactamente un minuto
antes me encargaba de dar cuerda al reloj que movía al mundo. Ya cuando me iba
a dormir a eso de las una menos cuarto, le hacía una visita a Allan Poe y sus
fantasmas.
Saludos y gracias
No uso reloj, tal vez si encontrara uno como el tuyo, tal vez y solo tal vez probaria a usarlo
ResponderEliminarUn abrazo
La verdad que no sé dónde lo dejé, algo se lo llevó, y no estaría nada mal volverlo a recuperar.
EliminarUn abrazo
Mi reloj es mucho más soso que el tuyo, por eso siempre duerme en el fondo de mi bolso. A la una cuando vayas a visitar, como todas las noches, a Poe, avísame que me voy contigo.
ResponderEliminarUn texto estupendo, como siempre.
Tendré que inventar alguna señal indicándote que voy a encontrarme con Poe, quizás una luna roja que parpadee tres veces seguidas, no sería mala idea.
EliminarUn abrazo