Supongo que si saltabas de dos
en dos, allí donde estabas acolchada encima de ese edredón que habíamos dejado
caer en el suelo de madera, era porque no lo estábamos haciendo tan mal, al fin
y al cabo, era en cierta forma culpa mía que estuviéramos ahí, con el café
caliente entre las manos, los ojos abiertos de par en par para escuchar mejor
lo que salía por los altavoces, tus pies encima de mis rodillas, habíamos hecho
ya el amor, ahora tocaba el silencio, la música, el humo del cigarro, el olor
que todavía vivía dentro de la cafetera, la tregua antes de entrar dentro de
las palabras, Babilonia maullando al otro lado de la ventana para que la dejásemos
entrar, y aunque a veces no podía seguirte dentro de tus estados mentales, me
decías si es perro le llamaremos Cortázar y si es perra Rayuela.
Saludos y gracias
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