Sabes después de lo que dura
un día en Mercurio, al fin encontré una tarta de queso comestible, y que
pudiera bailar con mi paladar, orquesta infinita en las papilas gustativas,
fiesta orgásmica durante el proceso de deglución, llegaba a ser casi, casi, tan
espectacular como la tarta de queso que nos hacía tu abuela, esa que comíamos
desnudos en la cama, mientras guarreábamos con ella, nos volvía lascivos,
animales intratables en el arte de la pornografía que imantábamos con la cuchara
que arrastraba esos trozos de queso hasta deseos inconfesables, luego más tarde
nos contábamos los pelos de la lengua y le poníamos nombre a las figuras
obscenamente comestibles que creábamos con las porciones triangulares que
quedaban, y hacíamos la digestión tú subida encima de mí o yo encima de ti,
finalmente contábamos ovejitas juntos antes de irnos a dormir y apagar la luz,
y ahora ciento setenta y seis días después encontré a su doble, pero sabes no
es la tarta de queso de tu abuela, pero sabes no es lo mismo si no se trata de
la tarta de queso de tu abuela, pero sabes nada es igual si tú no estás aquí
para tomarla.
Saludos y gracias
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