La foto de una cerilla y al
lado en el mismo mueble un jarrón lleno de flores que no hace falta regar, se
oye un sonajero pero el niño tan solo está en tu cabeza. Ese pelo rojizo y tus
uñas tan largas me recuerdan a una hechicera que leí hace un tiempo atrás en
algún libro de fantasía, la araña daltónica se acerca cada vez más al marco de
la foto, no te importa, te trae sin cuidado, es cuestión de colores observar el
escenario y sentirse mejor o peor con él, pero la envidias, porque sabes
perfectamente que cuando abras la puerta para salir a la calle, ahí mismo
tendrás delante de tus narices esa tela de araña que tejen y tejen y nos
limita, ¿Habrá algún príncipe disponible para darme un beso y despertarme de
esta pesadilla? Piensas para ti misma. Recuerdas que de los príncipes una ya no
se puede ni fiar… Sigues mirando la araña y pruebas a lanzarle un hechizo con
el dedo como quien besa a una rana y la convierte en una fantasía carnal en
cuerpo de hombre, nada de nada, ahí sigue la araña, esta vez subida a la cerilla.
Apagas la luz y te vas a la cama.
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