Si algún día las cerezas de
los árboles de la Atlántida que se ahogó me buscan para entretenerse entre mis
dedos, o los naranjos me llaman para que pasee por medio de ellos envueltos de
cúmulos y estratos, nuevos ecosistemas, o los aleteos de los dragones antiguos
me recogen para mostrarme sus nidos en las altas montañas donde tan solo hay
niebla tres soles y tres lunas, tal vez, tal vez, simplemente dos ángeles con
cola de diablo quieran mostrarme la posibilidad de volar, o una muerta de algún
barco hundido después de haber vuelto a recuperar su belleza me invita a bailar
y yo no le digo que no, quiero como principio que no te preguntes nada.
A veces llueve demasiado y no
se puede evitar ver el mundo desde las grandes alturas y querer saltar, no para
huir sino para empezar en algún lugar mejor y demostrarnos que queda un abismo
para tocar fondo agujero negro y oscuridad, como cuando despertamos agarrados a
la tristeza de las pesadillas de la noche anterior, todo es fango, grito,
perdida de talento e inquietudes para (no se trata únicamente de sobrevivir)
vivir y por eso el viaje en barco a las antípodas, la caminata hacía el centro
de la tierra, la nave espacial hasta la luna y luego escribir allí una historia
que diga que un día estuvimos enamorados y éramos los más felices del espacio
para que quede eternamente grabado y lo pueda leer todo el universo.
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