Él trabajaba haciendo pompas
de jabón ella leyendo cuentos chinos a niños que vivían en jardines porque les
habían abandonado de sus casas, siempre llevaban la cara tiznada de negro y
tenían sonrisa de pillos. Un día uno de ellos me cogió de la mano y me dijo que
le acompañase que tenía cara de mimo tristón pero que eso era porque tal vez
ayer fue domingo, a lo que añadió los domingos sin un buen zumo de manzana son
días de monstruos barcos fantasmas y hombres del saco.
Me presentaron a ellos dos, y
me di cuenta que sus ropas estaban hechas de la misma piel que la fruta que me
recomendaron que bebiese en zumo. Él me proporcionó serotonina envolviéndome
dentro de una pompa de jabón gigante que rebotaba contra los árboles del jardín
sin romperse y a ella le pedí si podía leerme cuentos de Tokio porque me
recordaban a alguien que me habló por primera vez de la capital de Japón.
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