Hacerle cosquillas por su
barriguita desnuda con el cordel de sus pantalones mientras se acomodaba
acostado a su lado y le levantaba parte de la camiseta sin dejar sus pechos al descubierto, vértele unas gotas de
vino por la pantorrilla y succionarlas suavemente y lentamente como si se
tratasen de las únicas gotas que quedasen en el mundo antes de que todo fuese
desierto.
Todo ello mientras limpiaba el
arma, la desmontaba y la volvía a montar. Entró una ráfaga de viento que abrió
las puertas de las ventana con violencia, y detrás apareció un insecto
gigante, un bicho feo de cuatro patas terminadas en unas terribles tenazas,
unas alas que chirriaban cuando aleteaban de tal modo que hacía resonar el
cristal de los vasos y un aguijón que salía de un rostro que recordaba a una
mascarilla anti gas. Bromuro le ladró fuertemente para que se fuera. Pero él
sabía que no se iría, pero era inútil explicárselo. ¿Cómo se explican esas
cosas a los perros?
-
¿Qué quieres?- Le preguntó él. Y el bicho emitió
un ruido ensordecedor que atrajo hacía sí las paredes estrechando el espacio.
Sacudió las alas y se marchó. Al poco rato todo volvió a la normalidad y tuvo
que apartar a Bromuro de las puertas de la ventana para poder cerrarlas. – A mí
tampoco me gustaba- Le dijo a Bromuro.
De nuevo su barriga desnuda y
sacar polen de amapolas de su ombligo liarlo en papel de fumar y encenderlo
para celebrar que el mundo de nuevo estaba bañado en vino.
Saludos y gracias
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