Este que llevaba ese día una
falda y la melena recogida en una coleta encontró a Oeste con barba de varios
días sin afeitar cuando llevaba su trompeta guardada en su funda, la cabeza
baja mientras con la única mano que tenía libre intentaba encenderse un
cigarrillo antes de que el semáforo dejase de estar en rojo. Este le dijo sin
rodeos: Llevo toda una vida buscándote sin saberlo. Y a Oeste solo le hizo
falta levantar la cabeza y mirarla para comprender porque le decía aquello.
Juntos hicieron una parada
antes de proseguir su viaje. Pararon en la misma cafetería que me encontraba
adueñándome de una tarta de queso y una taza caliente. Este se mudo al piano y
sacó de él un lenguaje de una belleza incalculable que nunca antes había
escuchado y Oeste le acompañó a la trompeta. Cuando terminaron y estaban
dispuestos a irse les quise preguntar donde se dirigían pero me pareció tan
obvio que supuse que ese lugar no estaba en los atlas.
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