Hay alguien que me mira por
las noches, que me escucha, que me sonríe para que no se apague la llama. Esa
misma persona se levanta conmigo y toma el café de las mañanas. Recogemos la
ropa del tendedero y no entiende como yo los ciclones económicos que arrasan
pueblos y ciudades con medidas drásticas. O que los regalos que reciban los
niños del tercer mundo por parte de los países “desarrollados” sean pistolas
para que jueguen a apuntar entre el entrecejo a su mejor amigo.
Hay alguien que le gusta abrir
una botella de vino mientras cocino y llena dos copas de cristal, no cree que
la mejor idea para hacer regalos se trate de objetos materiales y que no
tenemos porque regirnos por fechas del calendario para sacar nuestro mejor espíritu
o preparar celebraciones. Sabe como yo entiendo la vida, una gran orgia para
consumarla. Que eso de justificarse en que no se tiene tiempo para nada es un
abuso de la conciencia y los domingos por la tarde como las mantas de sofá no se
inventaron para corazones solitarios.
Hay alguien en algún lugar
esperando a que la ley de la causalidad nos encuentre.
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