Su mundo lo habitaban osos
gigantes protegiendo a niños abandonados. No había nieve. Ni lluvia. Ni
desiertos. Ni calor ni frío. Fue designado por las lunas de Júpiter. Cubierto y
protegido por una Diosa que no tenía nombre. Una capsula donde no podía entrar
ni el bien ni el mal. Tan solo, tan solo te puedo contar eso. Pero no tengas
dudas de que parecía hermoso.
Todavía recuerdo como la niña
que tenía cogida de mi mano cuando la acercaba a aquel lugar en el barco que íbamos.
Se despidió diciéndome: Que pena que no puedas venir conmigo, pero tú ya te has
hecho adulto. No pude evitar que me asomasen unas lágrimas al decirle adiós
para siempre, pero al menos durante el viaje de vuelta me quedaba la sonrisa de
saber que sería feliz.
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