Llegó Einstein en una caja de
cerillas. Fue el regalo más extraño que jamás había recibido, había recibido
albornoces que guardaba en el fondo del armario porque nunca los utilizaba,
dado su gusto de después de secarse con la toalla y pasarse el calor del
secador de pelo por todo su cuerpo de andar desnuda por la casa, salir al
balcón, encenderse un cigarrillo con la posibilidad de que alguien la viese, y
los tenía de todos los colores, rojo, amarillo, caqui, hueso, albaricoque,
barro, mermelada de arándonos, oscuridad, pero era la primera vez que recibía
aquello, lo miró con detenimiento, no se apresuró a abrirlo, supuso qué y quien
había dentro, el autor del regalo lo había pedido por catalogo electrónico en
una extraña web que se escondía en algún rincón de la red, y así pasaron los
días, circularon las dudas sobre qué hacer al respecto, hasta que finalmente un
día sin más decidió que si lo descubría, si quitaba el envoltorio, correría el
riesgo de que tal vez el conocimiento de la posible solución le omitiera la
posibilidad de sentirse como se sentía, feliz, y se dijo a si misma: si él o
otras personas no me aceptan como soy, el problema es suyo. Se encendió el
cigarro y salió al balcón orgullosa de las rayas de cebra que cubren su cuerpo.
Saludos y gracias
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