Ponte una venda en los ojos.
Eso sería un simulacro del lugar que ocupa el fin del mundo. Bebamos para que
me digas todo lo que callas porque temes a lo que llevas contigo arrastrándolo
tanto tiempo que no te deja sonreír sin forzar la mueca, el gesto. Si
retrocedemos saldrá el gorrión con fuego en los ojos y el árbol que se quemaba
delante de tus narices. El hogar. La dicha. Dejaste de creer en el destino, en
todo. Y lo único que se te quedó escrito en la memoria fue las ganas de estallar
el olvido porque si el olvido se rompe el ovillo de la memoria se deshace y
desaparece. Te levantas, te cubres los ojos con un pañuelo que hace de venda, y
me dices no es tan terrible como me imaginaba.
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