Baja ahí lentamente con su
cabeza, se cuela entre las piernas flexionadas de ella como le ha dicho más de
una vez que sabe hacer tan bien, desciende lentamente con su lengua hasta el
interior de sus muslos estimulándola al besarla, al hacerle dibujos con su
lengua alrededor de ese punto estratégico y acercándose con peligro y sigilo a
la frontera dónde se encuentra su vulva, mientras ella se agarra fuerte de la
almohada, contrayendo y dejando de contraer su cuerpo, y pensando que no pare,
que continué así, como tan bien sabe hacerlo, retrocediendo de nuevo a sus
muslos para volver de nuevo al contorno e interior de su vulva, sentir su
lengua en su clítoris y dejar de apretar los labios para que salga el placer,
mientras él continua ahí abajo haciendo lo que ella sabe que hace tan bien.
Una vez han terminado ellos dos, Bromuro
indiferente a todo ello se despierta del rincón que le pertenece, estirándose,
bostezando, y se dirige lento y pesado, como quien no quiere ir pero va, al
pequeño balcón que hay dentro del dormitorio de ella, asoma el hocico e intenta
mirar, observar, hay algo que solo él puede ver, ladra hueco, una espera de
unos pocos segundos vuelve a ladrar hueco, una espera de unos pocos segundos
vuelve a ladra hueco, ella le pregunta: ¿Qué pasa Bromuro, que hay ahí abajo?
Vuelve a ladrar hueco. Bromuro lo sabe, unos pingüinos desnudos cruzando por la
acera. A él no le despiertan los ladridos, los ruidos, duerme como un niño, ahí
arrinconado entre las piernas de ella, en el único lugar del mundo que siente
paz no tiene miedo y no existe la ira.
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