Un bollo aplanado sobre una plancha
que se encuentra en la encimera que se volverá crujiente en centenares de
segundos que equivaldrían a escasos minutos.
Una tostadora a punto de hacer
saltar a las tostadas para untarlas con mantequilla y una capa de mermelada por
encima y si por alguna linda torpeza o tonto desliz se cae hay una ley que dice
que caerán boca abajo.
Un microondas averiado porque
se cansó de pre cocinar lasañas días pares e impares. Su revolución es su
propia mutilación. Curioso camino para cambiar el devenir de las cosas.
Un frigorífico que enfría una
docena de cervezas que sufren ataques de pánico porque se acerca la hora del
partido para ser abiertas junto a un plato de cacahuetes, unas cuantas olivas
sueltas por ahí y su peor enemigo un abrebotellas. Se miran raro cuando se
cruzan en la mesa que se encuentra en medio de dos sofás que hacen una extraña
L.
Un lavavajillas que llora cada
vez que lava, que sonríe cada vez que se imagina platos y vasos tan limpios que
deberían estar prohibidos tocarlos, meterles las malditas huellas humanas, que
se quede pegado el carmín de los labios, el aliento de falta de higiene bucal,
o el exceso de cigarrillos y la cuestión pendiente, si alguien se dio cuenta
que el vaso se siente ahogado cuando se encuentra medio lleno.
Un inmenso centro comercial.
Cada vez los hacen más grandes para comerse las tiendas de toda la vida. Una
sección de electrodomésticos de cocina. Todos juntos ahí, observados, tocados,
manoseados, enjuiciados, etiquetados, como animales de zoo, como presos en un
campo de concentración, como personas encerradas en una habitación y con
cámaras para que les pueda ver todo el mundo lo que hacen como si fuesen cobayas
de laboratorio.
Un inmenso centro comercial.
Una sección de electrodomésticos de cocina. Todos juntos ahí, se conocen, se
hablan, se cabrean, se amotinan, lo piensan, se amotinan, lo planean, se
amotinan, la cuenta atrás... Siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero y
solo ellos saben lo que pasará.
Saludos y gracias
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