Eres una oruga. Acéptalo,
compréndelo. Sin más. No perdona, eres incluso menos que una oruga, porque las
orugas no se revuelven y se mezclan entre su propia mierda, entre los restos
agrios y crueles que deja las derrotas. Pero tú en cambio, sí que lo haces.
Recuérdalo, asimílalo, no le huyas a tu puta o maldita realidad.
Por eso necesitas hacerte un
ovillo, oler el pus que supura de tu piel dañada, lamerlo, saber a qué sabe, a
que sabe todo, las consecuencias de haber tenido un contrato basura, las
consecuencias de un trabajo que te hacía sentirte un miserable, las
consecuencias de haber tenido un jefe hijo puta, las consecuencias de haberte
sentido impotente por no poder haber cambiado las cosas, es más como resultado
de eso, de intentarlo, amasijo de palos, de golpes, que fueron mucho más allá
que simple moratones, fueron y acabaron directamente dentro de tu cabeza,
escondidos en un recoveco del inconsciente que demasiado a menudo pica como el
aguijón de un animal herido, asustado, atemorizado, y que por más que lo
intentes no puede salir. Las consecuencias también de etiquetas que te pusieron
cuando eras más joven, motes que te intimidaron, te cerraron, te engulleron, te
hicieron chico. Las consecuencias de hacer lo que decían los demás o las
propias reglas del mundo en el que vivimos sin que jamás dieras con la opción
de ser tu mismo, de encontrarte, de descubrirte. Las consecuencias de no romper
con el cordón umbilical que te ata a tu familia, a sus ingresos, a su economía.
Eres una oruga. Acéptalo,
compréndelo, recuérdalo, asimílalo, no trates de escapar de tu puta o maldita
realidad.
Por eso reptas por tu propio
pus, tratas forzadamente ser parte de él, abarcar con todos tus sentidos todo
lo que emana de él, meterte y penetrar en la profundidad del origen de dónde
proviene ese líquido espeso de color amarillento, entrar en el acceso de dichos
tejidos inflamados, porque ahora eres una simple oruga y no conoces nada más, y
finalmente acabas deslizándote en ese terrible hoyo donde tan solo hay ratas, que
se amontonan las unas sobre las otras, que cada vez son más y más, al principio
era una sola, pero ahora son una multitud que te enseñan sus dientes sin
tenerte miedo porque tú les temes más a ellas que ellas a ti, y con sus patas
cortitas de roedores avanzan por tu espalda desnuda, por tus brazos, tus
piernas, tu polla, y gritas pero nadie te oye, nadie te escucha porque a las
orugas cuando piden auxilio nadie, absolutamente nadie les presta atención. No
quieres salir al exterior para que nadie te vea así, negando contacto alguno,
rechazando lo de fuera, eliges quedarte ahí en el agujero que te has creado,
preguntándote porque no salgo de tu puta cabeza, preguntándome porque no sales
de mi puta cabeza.
Saludos y gracias
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