Los niños juegan debajo de la
lluvia, al fin decidieron salir de sus casas y ocupar de nuevo las calles. Las
migrañas desaparecen si uno deja de darse importancia. El mundo es más hermoso
cuando menos prisa se tiene, cuando uno se para, observa y medita. Y un comic sobre
los irreductibles galos reafirma lo absurdo que es el capitalismo. Todo eso
durante un viaje en taxi.
Los aeropuertos traen a la
memoria lo que se fue y no se sabe si algún día volverá, las despedidas sin palabras,
lo idiotas que somos a veces por apretar de nuevo el botón de Hiroshima y
asusta demasiado el no estar seguro de si no se volverá a cometer la misma
estupidez, la soledad de las salas de espera y la duda de si querer ahogarse en
un vaso de agua o vaciarlo con la mirada, que todo resulte un espejo acaba
cansando en exceso.
¿Dónde ir a parar? ¿Dónde
dejarse llevar? ¿Qué destino elegir? querer hacer trayectos circulares cada vez
con diferentes aviones, hasta caer en una isla desierta inexistente en los
mapas para volver a reiniciar todo de nuevo, crear así múltiples oportunidades,
mundos infinitos, ¿Por qué tratar de protegerse del miedo a las alturas cuando para
dejar de ser figuras de barro permanentes hay que saltar al abismo (sin red
abajo) y comprobar si se sabe volar?
La imagen miles de aviones saliendo,
despegando, reduciendo las ciudades a escala de maquetas, una vez apagada la
luz del cinturón de seguridad, mirar por la ventana y descubrir un cuerpo de
mujer salir de la ducha con una toalla tan corta que apenas le cubre la
cintura, los pechos y el alma desnudos. La memoria, la nostalgia, y los deseos,
siempre torpes, siempre temblorosos antes de dar el primer paso.
Tal vez cuando deje de girar
la peonza y sepamos definitivamente si estábamos dormidos o despiertos cuando
se aterrice haya alguien esperándonos.
Saludos y gracias
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