La culpa le seguía como las
páginas en blanco de un libro que están esperando ansiosamente a ser escritas,
la balanza del bien y el mal estaba desequilibrada. Había pasado tan deprisa,
había sido tan fugaz, que aún se quedaba sentado en la mesa observando a la
taza para que se volviese a llenar, todo rebobinase hacia atrás para tener una
nueva oportunidad. Aquella casa que una vez fue lo más parecido a un hogar que
hubiese podido imaginar, tocar, oler, ahora ardía en llamas. Buscando
desesperadamente una gota de esperanza en la tierra quemada, una flor que
naciese entre lo que ahora eran cenizas, un mundo nuevo en el cual poder volver
a empezar a construir. La obsesión de querer llegar hasta la cima de la
pirámide, atrajo como un imán radiactivo la caída, el descenso influenciado por
las leyes de la maldita gravedad. Aquel contrato que firmó cuando se lo ofreció
un desconocido que nunca envejecía y únicamente se le podía encontrar por las
noches, tal vez si la ansiedad le hubiese permitido ver con cautela y analizar
la letra pequeña lo único que hubiera ardido hubiesen sido los papeles en los
cuales se hubiese negado a estampar su nombre y su rúbrica.
Saludos y gracias
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