No haré nada que tú no
quieras. Esa era la base. El asentamiento donde todo debía comenzar y
recomenzar cuando las cosas se torciesen, o nos sintiésemos perdidos.
Abandonados. Extenderemos nuestras manos hasta abrazar todo lo que ahora no
ves, y quieras ver, todo lo que imaginas antes de que nos hagamos viejos. Esa
era la promesa. Plantaremos un árbol que nos recuerde que las cosas no tienen
porque ir deprisa, que el tiempo es menos finito cuanto más pausado y más
adentro se vivan los momentos. Esa era la idea. Nos bañaremos en los ríos, en
las charcas de los renacuajos, en los mares, en los lagos. Esa era la
intención. Porque el agua nos recordaría que somos movimiento, una única
identidad moldeada por dos individualidades, ya que nuestros cuerpos nos
repetirían constantemente que somos únicos, casi intocables. En la esencia. En
su maduración.
Eso era... ¿todo? No importa,
realmente nunca importó ni el lugar, ni el inicio, ni el final, ni la distancia
que pudo haber existido ni la que nos separase una vez enterrados, porque lo
que hubo entre nosotros lo descubrimos ahora con palabras (antes fue sin
palabras) después de que nos hayan diagnosticado muertos, y nosotros nos
sintamos tan vivos por tener infinitas oportunidades de saber que no hace falta
retomarlo porque jamás lo dejamos o dejaremos aunque diese o dé esa impresión.
Saludos y gracias
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